Generalmente procuro reunirme con una cierta frecuencia con mis amigos para almorzar y ponernos al día en los aconteceres de la vida de cada uno. Tradicionalmente, la cita es en la plazoleta de comidas de un centro comercial que nos queda más o menos a la misma distancia a todos. Allí nos sentamos, pedimos algo (O sacamos lo que trajimos) y nos sentamos a comer y a conversar.
Hablamos de la vida y del amor, de nuestros trabajos, de nuestros problemas, de nuestros planes y proyectos, de lo divino y lo profano. Y generalmente me voy a casa sintiendo que estoy completamente al día, y lo sé todo de mis amigos.
Eso, hasta que le cuento a tu mamá que me ví con ellos, y ella me hace una pregunta acerca de sus vidas. Una pregunta que me deja fuera de base, porque es totalmente obvia: Algo que debí haber preguntado al verme con ellos, pero que no hice y para la cual no tengo respuesta.
Como te comenté ayer, el fin de semana pasado me fui de paseo con ellos y con sus respectivas esposas, y mencioné el asunto casualmente. De pronto, resultó que yo no era el único al que le pasaba. De hecho, todos nos sucedía exactamente lo mismo: Llegan a su casa después de habernos visto, y su esposa le hace una pregunta intrascendente para la cual no tiene respuesta.
Y es que el hecho no tiene absolutamente nada que ver con que seamos buenos o malos amigos, y sí tiene todo que ver con que somos hombres.
En últimas, no es que no nos importen ciertos detalles de la vida de los otros, es simplemente que no nos importan los mismos detalles que les pueden interesar a nuestras esposas, y eso está bien: Aún a pesar que no estemos tan pendientes de algunos detalles, o que tengamos una memoria selectiva para ciertas cosas, al final siempre seguiremos siendo amigos.
Lo cual me recuerda… El paseo de este fin de semana se suponía que era para celebrarle el cumpleaños a Hugo…
Te quiere,
Papá
Cartas a Stefan 